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La 'pachamama'

El día llegará en que los pueblos de Latinoamérica abran en su tierra caminos hacia la independencia, lo han empezado a hacer y lo concluirán, tarde o temprano, porque ese es su destino. Jamás, en ningún lugar del mundo, un pueblo ha sufrido semejante humillación que el de Latinoamérica, a través de los procesos de colonización por parte de las potencias europeas, y de otro tanto de las norteamericanas, con la sedimentación de una aculturación brutal y una consecuencia nefasta: la imposición continuado de duras dictaduras imperialistas. Los pueblos de Latinoamérica, que desde su nacimiento han sido sumidos a la satisfacción de los intereses económicos de los países más ricos de Occidente, no conocen la libertad más que en breves períodos, aquellos en que han conseguido su independencia, ni tampoco la dignidad, la que les negara tantas veces el imperialismo capitalista, ansioso de gaseoductos y cañizales, y sin escrúpulos para con los indígenas y autóctonos.

Hasta entrado el siglo XX, Europa y Estados Unidos, sus sistemas democráticos, se sirvieron de la inmensa riqueza natural que se extiende en las tierras latinoamericanas, convirtiendo a sus pobladores en esclavos, violando a sus mujeres e imponiéndoles una lengua, una religión, unas costumbres. La historia de Latinoamérica es la historia de los países desarrollados que por doquier han exiliado de sus tierras tantas culturas como procesos humanos reconoció su historia. No hay pero crudeza que esta. A los procesos de lucha, para la reconquista de los derechos pisoteados de los indígenas de Bolivia, Venezuela, Argentina, Chile, México o Cuba, Estados Unidos empezó en el siglo XX la consolidación de una cruzada contra todo anhelo de liberación, con la imposición constante de dictaduras feroces que mantuvieran silenciados los pueblos que reclamaban su justa independencia, y además extendieran el sistema económico capitalista.

Tantos héroes como de la natural lucha de liberación surgieron en distintos pueblos de Latinoamérica, tantos otros dictadores fabricó el imperialismo yankie, y la brutalidad de su poder fue, demasiadas veces, suficiente para derrumbar esos héroes. Sólo algunos, como Bolívar o Martí, y sus pueblos, se impusieron a la mano de hierro de españoles, franceses, ingleses, portugueses o estadounidenses. Las dictaduras que EEUU consiguió implantar a mediados del siglo XX, con excepciones como Cuba, azotaron en diferentes países su lengua mortífera, la alienación económica de sus ciudadanos y la anulación de sus derechos, con la impunidad que le atorgara una Europa ciega y cómplice. Castro o Allende pudieron cambiar el rumbo de esta historia, pero por una razón muy distinta de la otra, las revoluciones progresistas y de liberación nacional no fraguaron nunca y naufragaron, con el sueño de los oprimidos.

Sólo el socialismo ha respetado los derechos en Latinoamérica, y ha luchado por ellos. Hoy, con la muerte de dictadores como Pinochet y el surgimiento de democracias de raíz progresista –véase el frente antiimperialista de Castro, Chávez y Evo Morales, además del resurgimiento del sandinismo en Nicaragua o de la socialdemocracia en Chile- dibujan un futuro esperanzador de este pueblos, cómo dijera el Che Guevara, “nuestros pueblos desconocidos hasta hoy que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron”. Recuperar la tierra que les pertenece servirá para reconstruir su pasado, su dignidad, y restituirles su cultura. En los indígenas aymara de Bolivia la tierra es una madre, la pachamama. Como la pachamama de Bolivia, cada pedazo de suelo latinoamericano debe volver a sus hijos, el pueblo latinoamericano, con la desaparición del colonialismo, de cualquier signo o ideología, y el perdón que tarde o temprano deberá emanar de sus bocas, y de sus manos.

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