Poder hablar

Recientemente se dio el lamentable incidente del intento de agresión de un grupo fascista al histórico líder comunista Santiago Carrillo. Tras un forcejeo con los cuerpos de seguridad, los violentos desistieron del intento y se refugiaron tras las pancartas y los gritos contra Carrillo en una manifestación de ultra derecha. Insultaron y calumniaron al octogenario marxista profiriendo insultos tales como "genocida" o "asesino". La marcha terminó pacificamente y cada cual a su guarida. El lamentable incidente se acumula a la lista de acciones que la extrema derecha ha llevado a cabo en las últimas semanas, demostrando que el brote fascista empieza a ser una realidad y que las voces que hablan de su resurección pueden estar en lo cierto. Asusta pensar que vivimos codo con codo con ellos, pero asusta aún más que día a día pierdan su miedo a desarrollarse ya no com inidviduos descerebrados sino también como colectivo descerebrado. El fascista ya no sólo es fascista, sino que ahora se atreve a llamarse como tal y a salir a la calle a luchar contra todo y todos aquellos que no estén de acuerdo con ello, para imponer la racionalidad en la que basan su espíritu tiránico y sus macabras teorías.
Las culpas, las causas y las razones de todo ello pueden ser interpretadas según los ojos que las vislumbren. Los medios de comunicación, los propios fascistas y algún que otro partido político de raíz demócrata han relacionado el renacer dels fascismo en España a las políticas recientemente impulsadas por el govierno socialista contra el viejo estandarte franquista -véase la retirada del monumento de Franco en Madrid. Tras ello, como unas muñecas rusas, encontraríamos causas dentro de otras causas, y bajo la conjetura anterior el renacer de los nacionalismos, la legalización del matrimonio gay y muchas otras políticas de izquierdas. Todo ello alimentaria el afán de venganza de los memos fascistas. Quizás sea cierto, quizás el fin de un largo letargo -demasiado largo- de la derecha española encarnada en el PP haya enfadado a los suceptibles de ultraderecha, o quizás el retorno de la izuierda, auqnue esta sea moderada com el PSOE, sea lo que ha armado de ira las cabezas rapadas y a su vez vacías.
Pero por encima de todo, hay un origen claro en el avance ultraderechista, y una causa feeciente de lo que puede ser un nuevo peligro social si no lo es ya. El derecho a hablar es el más viejo de todos, tan viejo com el habla misma. Los filósofos clásicos ya lo adjetivaban como esencial, y desde que Sócrates nos habló de la dialéctica, hablar es un arte además de un derecho. A lo largo de la historia se han callado muchas bocas, la Inquisición en la Edad Media tendría mucho que decir -nunca mejor dicho- sobre ello, y tantos y tantos otros colectivos o estados. Pero el nacimiento de la democracia parió un nuevo valor, el de conservar las ideas de los sabios griegos y dejar hablar a todo ser humano viviente. En eso se basaría el sistema, en dejar hablar, ene scuchar, en pluralizar la voz y sus repercusiones. Mediante la lógica y la razón, el sistema perfecto quería terminar con el monopolio de la palabra, darla al ciudadano y permitir que cada cual pensase como quisiere y, además, pudiera gritarlo. Abstrayéndose de la cruda realidad, uno se maravilla de la habilidad de los padres de la democracia para liberar voces y descubrir cuan fácil es conseguir la Libertad.
En ese breve recorrido por la historia de la palabra cabe objetar un solo pero importante detalle: el ideal no se asemeja nunca a lo real. Dar la voz a quien no la usa no es solo un error sino un peligro. Democratizar al tirano y darle poder es algo que en una sociedad como la nuestra no se puede permitir. Si el fascismo vuelve a militar las calles ante las miradas de piedra de los policías y la pasividad de los políticos, no vivimos en una democracia sino en un estado fragil y precario, que puede romperse con el tiempo como en 1936. Todo el mundo tiene derecho a hablar, es cierto, pero todo aquel que exponga ideas razonables y sin violencia. Este estado hipócrita, no obstante, parece colgar la libertad de expresión de cuatro hilos para manejarla a su antojo. Así, los medios de comunicación pasan a ser la antítesis de esa libertad de expresión, la misma que deja de ejercerse cuando se ilegaliza a un partido político, Herri Batasuna. El estado es quien dicta quien y como se puede hablar, y parece ser que no tiene mucho interés en callar las voces del neofascismo. Tampoco se quiso callar a Hitler en Alemania, y llegó al poder en democracia. De nosotros depende que el fascismo vuleva a ser algo normal, y que se calle a unos para dejar hablar a otros, para que se manipule la palabra. La misma palabra que hace unos días algunos utilizaron contra Historia. Y Zapatero calló.
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