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Lágrimas en el Este

Lágrimas en el Este La Alemania del Este recuerda entre escombros y con nostalgia los tiempos en que dominó el socialismo

Justo en el núcleo de la contienda electoral entre los conservadores de Kelmer y los socialdemócratas de Schröeder, un drama aflora de nuevo en la sociedad alemana. Tras la caída del muro de Berlín en 1989, la nueva organización politicoeconómica alemana prometió una reunificación a todos los niveles. Efectivamente se procedió a la reunificación del país, pero solo en un plano político. Un sistema democràtico de raíz capitalista se asentó con firmeza en todo el territorio y desaparecieron las dos denominaciones antagónicas hasta el momento existentes, y la República Democrática Alemana (RDA) se unió a la República Federal Alemana (RFA) para acabar siendo una sola Alemania, un solo pueblo. No obstante, bajo la imagen política que el presidente de la transición Helmut Kohl intentó dar al resto de europa y del mundo, permaneció una división económica y social que a día de hoy, más de diez años después, sigue viva. La Alemania que sobrevivió al fin del comunismo contempló el inicio de un gran desarrollo que se unió al gran proyecto capitalista y a la construcción de un primer mundo desarrollado del que Alemania ha conseguido ser uno de los grandes líderes. Pero este desarrollo se ha llevado a cabo de un modo heterogéneo en el seno del país, y se han dado unos evidentes desequilibrios entre las antiguas RDA y RFA. El drama empezó a gestarse cuando se intentó construir un solo país sobre las ruinas de dos partes enfrentadas y, inevitablemente, desiguales social, política y económicamente. Hoy persiste el drama y desde el este alemán se añoran tiempos pasados.

Fuera de los discernimientos políticos y consideracions que cabe hacer al respecto, como suele pasar en cada hecho histórico, hay unos testimonios capaces de escribir estos hechos mejor que la propia historia. A raíz de las elecciones en el país, los servicios informativos de una cadena de televisión privada en España ofrecían el testimonio de un padre de família residente en la alemania oriental que tras la reunificación perdió su empleo y se ve, ahora, sumido en una trágica miseria. Hablaba de la organización política anterior y hacía hincapié en la importancia que tuvo en su momento la implantación de ciertos valores sociales en la franja este del país. Según contaba, al terminar la jornada laboral, los obreros se reunían en la fábrica para organizar actividades para sus hijos e intentar convivir todos juntos como si de una comunidad se tratara. Tras esa explicación se echaba a llorar repitiéndose a sí mismo que nada de aquello volverá, porque es imposible trasladar ese modo de vivir al sistema actual. Otra familia protagonizaba el testimonio de los olvidados en Alemania. El padre de familia también se vio sumido en el paro tras la reunificación, y el estado alemán actual apenas se hace cargo de sus necesidades básicas ni, evidentemente, las de su mujer y sus hijos. Ellos son solo una pequeña parte de la gran masa social que conoció tras la derrota comunista la pobreza y la desolación. Contemplan impotentes como, del ambicioso proyecto que Helmut Kohl quisó llevar a cabo, solo la franja occidental se ha beneficiado de sus propósitos y en la parte que fue dominada por el socialismo la reunificación solo ha dejado paro, desigualdad y xenofóbia.

Cabe preguntarse, a todo esto, si dicha desigualdad es un error histórico o simplemente un accidente circunstancial emmarcado en un canvio político concreto. Evidentmente hay matices en este planteamiento y si bien es verdad que el drama alemán se debe a un error histórico concreto tambien es justo decir que todo hehcho histórico debe ser juzgado en función de su contexto político y social. El proyecto que intentó liderar Kohl tras la caída del muro de Berlín no solo fue ambicioso sino, tambien en un principio, moderado y equilibrado. Su propósito fue trasladar la economía de mercado que ya funcionaba en la República Federal Alemana bajo control capitalista a los länders derrotados de la República Democrática Alemana, donde hasta el momentó funcionó una economía de planificación bajo control socialista. Pero el cálculo político no tuvo en cuenta un punto deducible por lógica: no se pueden reunificar dos territorios sin equilibrarlos primeramente. Es decir, no se puede contruir sobre dos estructuras dievergentes porque sobre estas va a crecer un solo bloque con una estructura deisgual. El reusltado es evidente y basta con evidenciar que en un mismo país convive una indústria líder en el sistema económico mundial y unos índices de desarrollo que rozan la marginalidad en algunos puntos del territorio. La reunificación no solo contrajo pues un elevado coste eocnómico y político sino tambien, a la larga, un preocupante conflicto social.

A todo esto el capitalismo cierra los ojos. Anteayer, a las vísperas de las elecciones presidenciales, miles de ciudadanos de la Alemania oriental salían a la calle a gritar contra la injusticia que se está llevando a cabo con tan solemne pasividad. Pedían, solo, un reequilibrio en el país y la llegada de las promesas que un día hicieron sus represetnates políticos subidos en el muro que derribaron con el pico i la pala pero, tambien, con los tanques, la pluma y el papel. En Alemania, como en el resto de países de Europa del este, el capitalismo ha dejado tras su paso pobreza y desigualdad. Una pequeña élite se ha asentado en estos países para comer del trabajo del pueblo, y quienes conocieron el esplendor en años anteriores, hoy solo conocen de las democracias el paro y la miseria. Las estadísticas elaboradas por la ONU aseguran que en la mayoría de estos países más de la mitad de sus ciudadanos mirán hacia atrás con nostalgia y hacia adelante con preocupación. Para muchos de ellos el subdesarrollo que el mundo occidental atribuye al comunismo comienza a edificarse justo cuando el sistema cpaitalista pisa sus tierras, y recuerdan con nostalgia los tiempos en que tuvieron un trabajo, un sueldo razonable y una vida digna, nada más. Quizás de este recuerdo, o quizás de la rabia de saberlo perdido -quien sabe- se vieron en la manifestación de anteayer muchas lágrimas bañando mejillas y cayendo en las manos de quienes quizás algun día se levanten de nuevo para luchar por volver a ser lo que nunca quisieron dejar de ser: hombres libres.

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