Blogia
cumplido

Los ricos tambien lloran

EEUU muestra una sorprendente flaqueza ante el huracán Katrina

Cuando las televisiones de medio mundo divulgaron por doquier las imágenes de las calles inundadas de Nueva Orleans y las víctimas que dejó tras de sí el huracán Katrina, fue inevitable echar la vista atrás. Recordar el más reciente desastre natural sucedido en el sur asiático o el huracaán que devastó, también recientemente, Haití fueron actos casi involuntarios, inevitables. Y una vez almacenada toda la información, todas las imagenes y todos los condicionantes, también fue inevitable cotrastar unos desastres con otros y, sin duda, unos países con otros. Siempre es injusta una comparación entre dos disyuntivas no equánimes, es decir, entre dos o más elementos que no se asimilan porque tienen diferencias coyunturales. Es el caso de los ejemplos expuestos. Es un error comparar el desarrollo de los acontecimientos en un y otro país, porque ni los desastres naturales fueron de la misma envergadura, ni los distintos países cuentan con los mismos recursos, ni la ayuda internacional se ha desarrollado del mismo modo, ni el marco político se halla exactamente igual en cada momento. Pero sí es un buen ejercicio el de relativizar estos conceptos y analizar detenidamente y por separado los comportamineots políticos y sociales en los desastres acaecidos en un lugar y en otro y, una vez echo esto, compararlos siempre des de la relatividad.

A lo largo de la historia y a lo ancho del mundo incontables escritores, filósofos, pintores y intelectuales varios han intentado hablar de la altivez. Todos, de un modo más o menos homogéneo, han llegado a un mismo conepto definitorio pero hasta hoy, ni uno sólo de ellos ha conseguido desvelar cuales son sus causas comunes y cuales sus consecuencias o, al menos, los compartamientos que se derivan de ella. Vengo a decir que por más que me paro a analizar el panorama que me muestra el televisor, no consigo entender como se pueden llegar a unir en una misma línea dos puntos tan distantes. No entiendo, en definitiva, como pueden asimilarse Nueva Orleans con Puketh o Haití y cómo mis ojos son incapaces de reconocer uno y otro escenario sin la ayuda de los rótulos informativos que aparecen bajo las pantallas. Finalmente logro llegar a una conclusión chapucera y desesperada: ante un mismo problema de origen no humano, el sistema que ha sido capaz de desarrollar un país mediante el hundimiento de otros, es incapaz de interactuar de forma desigual, y ante la naturaleza no existen ricos ni pobres. Llego, por lo tanto, a la conclusión -quizás equívoca- que el origen de la altivez sólo es económica pero que sus conseqüencias no tienen nada que ver con el dinero. El país más altivo del mundo, gracias al dinero, no supo hacer cura de humildad, y se vio sumido en la mayor de las desgracias, como cualquier otro país del mundo.

Lo que está claro, fuera de planteamientos metafísicos, es que ha existido una incapacidad total de la administración norteamericana para afrontar un contratiempo previsible. Uno se pregunta por qué ante un mismo problema, el país más rico del mundo lo afronta del mismo modo que otros países tercermundistas. Las causas son varias y de origenes diversos, pero una sobresale por encima de las demás. El gobierno republicano actual muestra, una vez más, una intolerable incompetencia en sus actuaciones. ¿Cómo se puede tolerar que el gobierno de la nación más poderosa del mundo no prevea un desastre meteorológico y que, tras su advenimiento, reacciona tan patosamente? Ante su incapacidad de reacción, el orgullo norteamericano contraatacó con su arma más poderosa -y también la más exhibida-, la violencia. Los sumisos soldados estadounidenses acechaban cada casa destrozada por el huracán Katrina y, a golpe de fusil, sacaban a sus inquilinos por la fuerza. Era por su seguridad, aseguraban, pero lo cierto es que las víctimas del huracán vivieron no sólo rodeados de agua durante aquellos días, sino tambien entre la injustificable desinformación que caracteriza la nueva y abominable política de estado en el país.

Ante la desigualdad económica entre el sur asiático y el sur norteamericano surgió una paradógica equidad que me recordó aquella famosa novela -después materializada en una famosa serie televisiva- escrita por Frank McCourt: "Los ricos tambien lloran". No obstante, y en un análisi aún más profundo de la situación, me doy cuenta que la frase carece de todo valor real. No lloraron los ricos en Nueva orleans, o lo hivieron muy pocos. Como suele suceder, la tragedia azotó a los más desfavorecidos. Es una tendencia natural que, así como el dinero siempre cude donde hay dinero, tambien la infortuna acuda donde se halla la infortuna. Quizás tambien por esto se explica que la administración Bush pusiera tan poco empeño en encontrar salidas al desastre. El panorama, aunque desesperante, era el esperado: ante la igualdad entre los países desiguales existe una verdadera desigualdad interior en el país más rico. Aunque los desastres naturales han atacado a los países sin cuenta de sus privilegios, en los países desfavorecidos la población sufrió sus consecuencias homogéneamente porque no existen ricos ni pobres. En EEUU en cambio, los pobres que vivían en un país rico han comprobado su verdadero linaje de la forma más cruel, así como han podido tambien descubrir uno de los principios más detestables del sistema que les rige: el que es pobre, lo es en todas partes.

0 comentarios