Vacíos

Jokin tenía apenas 14 años cuando decidió suicdarse, harto del acoso que recibía de sus compañeros de instituto. Ayer, otra chica decidió quitarse la vida por las mismas razones; Cristina tenía sólo 16 años. Ambos optaron por lanzarse al vacío como forma de suicidio, quizás porque la nada que separaba lo alto de los acantilados del suelo era todo aquello que tenían para escapar de un infierno al que se vieron condenados. La misma nada que llenó sus palabras de silencio y su amarga historia de ignorancia. Eran solo niños, como los mismos que se ensañaron con ellos y nada diferentes a quienes recurrieron al espanto para excluirlos y sacrificarlos; sus errores podrán parecer abstractos y se esconderán, con el tiempo, tras la innocencia que se les supone a los niños. Quizás, incluso, estos pequeños verdugos no tendrán que rendir cuntas a sus conciencias, y no se acordarán que un día impidieron que su compañero o compañera llegara a vivir lo mismo que ellos, o solamente vivir. Jokin y Cristina han sido sin quererlo las injustas víctimas de un complejo entramado de pudrimiento social.
Es precisamente en la tierna infancia y la repentina madurez cuando la mente de una persona sufre la mayor abstracción de su existencia. Nada parece ser como es, quizás porque no es como es, y los sueños invaden lo real con tremenda facilidad. El adolescente se nutre de este sueño, y de vivir dichos años nadando entre el mar de sus fantasías y la lejana orilla de la realidad. Y en esta sinrazón es tanto o más importante ser aceptado por los demás, algo que se puede convertir en una contienda épica en esta nuestra sociedad. Porque desde largos años, pero con más intensidad en lo reciente, hemos impuesto la ley de la exclusión en nuestra calles, y por ende en la escuelas, en los institutos, en nuestros niños. Ellos han aprendido a vivir de nosotros y actúan según los parámetros fijados por quienes, supuestamente, poseen el juicio del que ellos carecen. Y les hemos enseñado a rechazar lo que no se nos parece, a pegar y a insultar a quién no se ajusta a lo que hemos dibujado; sí, porque los valores de los que nos jactamos de haber integrado en nuestra sociedad son demasiado etéreos: el respeto, la solidaridad, la bondad, la convivencia... Tras ellos ha pervivido el odio a lo ajeno, y Jokin y Cristina se convirtieron en algo ajeno que debía ser humillado.
¿Quién es el responsable de que un niño de 14 años olvide pasado y futuro para rehusar de un presente que le martiriza? ¿Quién le ha robado los sueños a la chica que dejó caer su cuerpo inerte de sueños al vació? No hay ni habrá respuesta. El gobierno calla, las administraciones cierran los ojos y los cuerpos jurídicos se esconden. Los colegios muestran, tímidamente, voluntad de hacer algo, mientras a los padres se les antoja que quizás sea el momento de tomar riendas en el asunto. Pero lamentablemente, todo quedará en papel mojado...por qué? Es muy fácil. En esta sociedad la solidaridad ha quedado relegada a uno mismo por un inercial egoísmo. Nada de lo ajeno es nuestro, y todo lo ajeno no existe. Menos aún si lo ajeno tiene 14 o 16 años y no lo conocemos. Es cosa de niños!, pensarán algunos, y seguirán viviendo tan felices como segundos antes de decirlo. Los que hemos tenido esa edad y pensamos en ello, se nos encoje el corazón al pensar que alguien pueda menostener su propia vida a cuenta de la crueles risas de los demás. Risas y puñetazos.
Hoy, los medios de comuncicación abrían sus portadas con la presencia de Arnaldo Otegui en la Audiencia Nacional y la colocación de un artefacto cerca de Madrid. Ellos lo llaman "terrorismo". Nada se ha dicho de la joven que se suicidó. No es relevante. Alguien se ha encargado de jerarquizar lo importante, y bajo esa pirámide duerme el olvido. A Jokin, antes de este sucidiarse, lo apalizaron repetidas veces, le rebentaron el aparto dental, le obligaron a comer tierra y lo humillaron de las más viles formas. A Cristina le inflinjieron, seguramente, similares castigos. Uno se plantea a estas alturas qué es terrorismo y quien es el verdadero terrorista. A los partidos políticos, que nos gobiernan, les importa más Otegui que el adolesecnte anónimo que muere en el olvido para no vivir en el olvido. ellos, los responsables de nuestras vidas, se olvidan de nosostros, y nos engañan. Los que nos creemos en el deber de luchar contra ello, debemos recordar a Jokin, a Cristina y a tantas otras víctimas de una sociedad que nunca los entendió. Yo lo hago desde la letra, a quien le pertoque lo deberá hacer desde las leyes. Pero entre todos, debemos convertir a Jokin y las demás víctimas en los héroes de una sociedad de la que intentaron escapar a través del vacío que ahora nos toca llenar.
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