La era del Dolor
El dolor se ha convertido en algo demasiado cotidiano recientemente
En Berga miles de corazones aún lloran la muerte de otro corazón inocente, sin respuesta alguna; hace unos días, la joven Cristina se lanzaba de un puente para terminar con una vida que no le satisfacía; anteayer, una televisión privada emitía un documental donde se recordaba el drama con el que deberán convivir más de medio centenar de familiares de los militares muertos en el Yak-42; recientemente se ha desarticulado una red de pornografía infantil donde se robaba el alma de unos bebés para convertir sus cuerpos en mercancía. La tragedia es más antigua que la historia misma, y quizás por ello nos hemos acostumbrado a su carácter cotidiano. No obstante, en los últimos tiempos el drama, la tragedia, la muerte, han pasado a ser normales, con lo que ello conlleva: nuestros tiempos están siendo riendas en manos del dolor, una era dominada por el llanto. La televisión dedica más de la mitad de sus informativos a emitir noticias trágicas, a desarrollar el dolor en sus noticias sin que a nosotros, desde el sofá, se nos ocurra más solución al problema que emocionarnos.
Un maestro budista, llegado a Barcelona hace unos meses para hacer una exhibición de ejercicios contorsionistas, comentó que en el mundo occidental desarrollado, lo tenemos todo y no tenemos nada o, lo que es lo mismo, no tenemos nada porque lo tenemos todo. Y es cierto, pues el hombre que habita el mundo "civilizado" posee una alma vacía porque se ha preocupado durante años de levantar un mundo de aparencias mediante lo material. Otro revolucionario, el Che, que no por su mitificación debe perder no notoriedad, afirmaba que lo material impide el desarrollo intelectual del hombre. También secundo estas palabras, pues no podemos evolucionar si construimos una sociedad basada en el dinero y la mediocridad de aquello que sólo podemos tocar, no amar. El capitalismo, acrecentado y convertido en un monstruo sin entrañas, está conviertiendo la sociedad del nuevo siglo en un muñeco de trapo sin alma, las cuerdas del cual mueve sin escrúpulos el dolor que de ello emana.
Pensar por qué los jóvenes que apuñalaron a un pobre jóven en la Patum de Berga, podría conllevar a un debate psiclógico-social extenso, pero nos llevaría a una sola conclusión: el vacío que llena sus almas. El mismo vacío que dominó a Cristina en su suicidio, el mismo que habita el alma de los que manipularon a las víctimas en el accidente aéreo del Yak-42 o el mismo con el que los sucios ladrones de almas pueriles violaron a unos indefensos bebés. Las democracia ya no pueden garantizar aquello que les hizo fuertes: el estado del bienestar; porque el mundo ha dejado de ser seguro. El capitalismo se ha encargado de priorizar el dinero en detrimento del hombre y ahora el hombre es ya poco menos que dinero. Somos mercancía y mercancía vacía, y la cultura sirve de poco para reestructurar los corazones que cohabitan este nuestro mundo. Nuestros jóvenes cada vez aprecian menos la música, la poesía, el arte, el amor... ahora la navaja, el videojuego y la chulería se apodera de ellos. Desde esta base se contruye esta nueva era del Dolor, de la que aquellos que han sido sus víctimas no tienen culpa alguna y la tienen toda, como cada uno de nosotros.
En Berga miles de corazones aún lloran la muerte de otro corazón inocente, sin respuesta alguna; hace unos días, la joven Cristina se lanzaba de un puente para terminar con una vida que no le satisfacía; anteayer, una televisión privada emitía un documental donde se recordaba el drama con el que deberán convivir más de medio centenar de familiares de los militares muertos en el Yak-42; recientemente se ha desarticulado una red de pornografía infantil donde se robaba el alma de unos bebés para convertir sus cuerpos en mercancía. La tragedia es más antigua que la historia misma, y quizás por ello nos hemos acostumbrado a su carácter cotidiano. No obstante, en los últimos tiempos el drama, la tragedia, la muerte, han pasado a ser normales, con lo que ello conlleva: nuestros tiempos están siendo riendas en manos del dolor, una era dominada por el llanto. La televisión dedica más de la mitad de sus informativos a emitir noticias trágicas, a desarrollar el dolor en sus noticias sin que a nosotros, desde el sofá, se nos ocurra más solución al problema que emocionarnos.
Un maestro budista, llegado a Barcelona hace unos meses para hacer una exhibición de ejercicios contorsionistas, comentó que en el mundo occidental desarrollado, lo tenemos todo y no tenemos nada o, lo que es lo mismo, no tenemos nada porque lo tenemos todo. Y es cierto, pues el hombre que habita el mundo "civilizado" posee una alma vacía porque se ha preocupado durante años de levantar un mundo de aparencias mediante lo material. Otro revolucionario, el Che, que no por su mitificación debe perder no notoriedad, afirmaba que lo material impide el desarrollo intelectual del hombre. También secundo estas palabras, pues no podemos evolucionar si construimos una sociedad basada en el dinero y la mediocridad de aquello que sólo podemos tocar, no amar. El capitalismo, acrecentado y convertido en un monstruo sin entrañas, está conviertiendo la sociedad del nuevo siglo en un muñeco de trapo sin alma, las cuerdas del cual mueve sin escrúpulos el dolor que de ello emana.
Pensar por qué los jóvenes que apuñalaron a un pobre jóven en la Patum de Berga, podría conllevar a un debate psiclógico-social extenso, pero nos llevaría a una sola conclusión: el vacío que llena sus almas. El mismo vacío que dominó a Cristina en su suicidio, el mismo que habita el alma de los que manipularon a las víctimas en el accidente aéreo del Yak-42 o el mismo con el que los sucios ladrones de almas pueriles violaron a unos indefensos bebés. Las democracia ya no pueden garantizar aquello que les hizo fuertes: el estado del bienestar; porque el mundo ha dejado de ser seguro. El capitalismo se ha encargado de priorizar el dinero en detrimento del hombre y ahora el hombre es ya poco menos que dinero. Somos mercancía y mercancía vacía, y la cultura sirve de poco para reestructurar los corazones que cohabitan este nuestro mundo. Nuestros jóvenes cada vez aprecian menos la música, la poesía, el arte, el amor... ahora la navaja, el videojuego y la chulería se apodera de ellos. Desde esta base se contruye esta nueva era del Dolor, de la que aquellos que han sido sus víctimas no tienen culpa alguna y la tienen toda, como cada uno de nosotros.
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