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Ética y estética: la locura de los cuerpos

El capitalismo ha construido un mundo basado en lo que se puede tocar

El inidivdualismo que un capitalismo cada vez más fuerte ha impuesto en nuestra sociedad, ha alcanzado límites desorbitados. En su nueva fase, su sistema se endurece e intenta con sorprendente facilidad asentarse en las bases económicas pero tambien sociales del mundo desarrollado. Esto hace que el citado individualismo no solo tienda a consolidarse sino que el propio capitalismo desarrolla sus mecanismos para hacerlo más agresivo si cabe. Todo conduce a un mismo punto y a un dramático destino: el monopolio de los cuerpos. La importancia cada vez mayor del individuo como propietario de su cuerpo y el materialismo a todos sus niveles han acabado por convertir en esencial lo que se ve y no lo que se intuye, de tal modo que es en el cuerpo de un hombre o una mujer donde, en buena parte, se vislumbra hoy en día a una persona; no así en su alma. El hombre del siglo XXI, heredero del capitalismo evolucionado tras la caída del muro de Berlín, ya no cree lo que siente o percibe sino aquello que puede tocar y ver. Y esto supone para los demás ciudadanos una responsabilidad suprema, la de estar siempre bien.

Esta mañana Telecinco informaba de la alarma que se ha encendido en psicológos y nutricionistas tras conocerse la dantesca proliferación de pàginas web pro-anorexia. En estas páginas se invita a las adolescentes a conseguir un cuerpo diez, a adelgazar para conseguir ajustarse a los parámetros que vilmente está marcando la sociedad de nuestros tiempos. De este modo, miles de chicas -y algún que otro chico- puede entregarse a esos consejos en cuerpo y alma para perfilar su cuerpo y olvidarse de su alma.
Si las mezquinas indicaciones se siguen correctamente, las jóvenes empezaran a perder peso hasta parecer un alfiler, y en alguno de esos casos moriran. A pesar, pero, de esta horrible realidad en el plano físico, el problema es mucho más grave y trasciende al ya nada equivo dilema entre vida y muerte.

Y es que uno se da cuenta que este mundo, nuestro mundo, está hecho a una medida estándard y salirse esta medida supone el fracaso. Se trata de sobrevivir en él ciñéndose a sus leyes no solo legales sino morales. En el caso del cuerpo, que como ya se ha dicho ha tomado especial relevancia, la publicidada se ha encargado de dibujar un prototipo al que ajustarse. Burlar estes prototipo supone la marginalidad. Y a partir de esas premisas, los pobres mortales empezamos a construir otra realidad, la nuestra, basada en la ambición obcecada muchas veces de consguir llegar a este parámetro. De lo otro se encarga el sistema, de proporcionarnos las herramientas necesarias para llegar al objetivo impuesto -que no propuesto- mediante el consumo, claro está. El pez se muerde, pues, su cola. Consumiendo -gimnasios, ropa, perfumes, cosméticos- podemos alimentar una obsesión que el propio sistema ha generado.

Más allá de esto, que una chica -o un millar- pueda morir en el intento, que una familia -o un millar- sufran en silencio la desgracia de sus hijos, que una juventud -o un millar - envejezca demasiado pronto, todo ello no importa al sitema; no conoce de realidades. Y se trata, en definitiva de poner nombre al sistema, proque dicho así le da al responsable -el sistema- una abstracción absurda. El sistema somos todos, todos los que hoy por hoy preferimos tocar que sentir, los que para amar en cualquiera de sus significados necesitamos tener y no intuir. Más allá de los degenerados que malgasten sus vidas contruyendo páginas web para destrozar las de otros, los sensatos -o los menos locos- tenemos la responsabilidad de cambiar los parámetros de esta sociedad. Empezar a educar a nuestros jóvenes para que se amen a sí mismos por como sienten, no por como son, y para que amen a los demás des del mismo juicio. La era de los cuerpos debe terminar, para conseguir que los ojos y las bocas ya no solo miren y lamen, sino que además vean y gusten; las vidas de miles de chicas hermosísimas dependen de ello.

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