El pacto de los onerosos
Los poderosos firman un pacto de sielncio para blindar su poder
Las imágenes que ayer mostraron las televisiones españolas acerca del viaje que los altos governantes españoles realizaron a Roma para acudir al velatorio del Papa, revelan un lúcido mapa conceptual de lo que viene siendo el pacto de silencio que han sellado desde antaño los poderosos. Las apariencias nos mostraban imágenes de unos responsables mandatarios que, con el respeto y la dignidad que se les presupone, guardaban silencio frente al cadáver del papa en representación del pueblo español. Y uno, sentado en su sofà, cenando y pensando quizás en cosas más importantes, podía llegar a pensar que estaban realizando una tremenda labor social y que su presencia en la Basílica de San Pedro del Vaticano, respondía a un laborioso ejercicio de responsabilidad social. Pero cuando uno se abstrae del colapso informativo que se està produciendo entorno a la muerte del Papa, se da cuenta que la simágenes siempre merecen una interpretación -lo más justa posible- porque sino se corre el riesgo de quedar manipulado por las apariencias.
Mi primera pregunta se me planteó cuando vi a Zapatero, Rajoy y los reyes de España llegando al lugar donde se encontraba el cadáver del Papa sin pasar por la interminable cola de fieles que aguardaban desde hacía horas para llegar al mismo punto. El poder se había colado, literalmente, y haciendo uso de ese mismo poder y del privilegio que este supone, se colocaban a primera fila para despedir al pontifice. Más allà de una estampa que parecía antigua, con hombres poderosos y elegantes despidiendo un hombre poderoso y elegante, el escenario se convirtió en un verdadero escalón de grados sociales. Dentro de la basícila se encontraban todos aquellos sectores que de pequeño me enseñaron bien delimitados dentro de una pirámide, aunque esta pertenciera a la Edad Media. Los reyes, fuerne de donde fueren, la iglesia, en su máxima expresión, y el pueblo, donde se hallan homogeneízados burgueses, clases medianas y quizás algún pordiosero. Todos los sectores tenían un lugar, una labor y unas limitaciones concretas. Evadir dichos condicionantes supondría romper el juego y, consecuentmente, abandonarlo. Y es que el velatorio del Papa fue un escenario idóneo para contemplar el pacto que los onerosos han sellado para que se sigan viendo las línias que separan las clases de las clases, para que el pueblo siga haciendo cola y los poderosos sigan teniendo preferencia.
También me pregunté -fue inevitable- qué hacían los representantes de mi país en el entierro del líder de los cristianos si mi país es confesional. Con independencia de mi voto o de mi prefrencia política, Zapatero me representa a mí, y en modo alguno también Rajoy y los reyes. Su labor es trabajor por y para la sociedad, pero de nuevo parece que esto quede relegado a un segundo plano, a la patética servidumbre que el poder concede a la pantomima. En esta democracia nuestra todo es parentar, y las imágenes valen mas que los hechos. Y es que para muchos españoles, lo que ayer vimos fue un acto de normalidad y de representación política necesaria, e incluso cargó a nuestros governantes de eficiencia y notoriedad. Nunca entenderé qué igualdad defiende la democracia española, si se asiste al funeral de Juan Pablo II con un elitismo aceptado y en cambio se gira la espalda a muchos españoles anónimos, sin nombre, que nuren víctimas de un sistema imperfecto aunque perfectible. La hipocresia se apodera una vez más de los tronos de oro y es el momeno de preguntarse si no es más necesario desempeñar actuaciones reales que aparentar contínuamente acciones innecesarias. De la iglesia mejor hablo en otro momento, esta vez ha sido el pacto de los onerosos quien ha vuelto a girar los ojos hacia el vacío.
Las imágenes que ayer mostraron las televisiones españolas acerca del viaje que los altos governantes españoles realizaron a Roma para acudir al velatorio del Papa, revelan un lúcido mapa conceptual de lo que viene siendo el pacto de silencio que han sellado desde antaño los poderosos. Las apariencias nos mostraban imágenes de unos responsables mandatarios que, con el respeto y la dignidad que se les presupone, guardaban silencio frente al cadáver del papa en representación del pueblo español. Y uno, sentado en su sofà, cenando y pensando quizás en cosas más importantes, podía llegar a pensar que estaban realizando una tremenda labor social y que su presencia en la Basílica de San Pedro del Vaticano, respondía a un laborioso ejercicio de responsabilidad social. Pero cuando uno se abstrae del colapso informativo que se està produciendo entorno a la muerte del Papa, se da cuenta que la simágenes siempre merecen una interpretación -lo más justa posible- porque sino se corre el riesgo de quedar manipulado por las apariencias.
Mi primera pregunta se me planteó cuando vi a Zapatero, Rajoy y los reyes de España llegando al lugar donde se encontraba el cadáver del Papa sin pasar por la interminable cola de fieles que aguardaban desde hacía horas para llegar al mismo punto. El poder se había colado, literalmente, y haciendo uso de ese mismo poder y del privilegio que este supone, se colocaban a primera fila para despedir al pontifice. Más allà de una estampa que parecía antigua, con hombres poderosos y elegantes despidiendo un hombre poderoso y elegante, el escenario se convirtió en un verdadero escalón de grados sociales. Dentro de la basícila se encontraban todos aquellos sectores que de pequeño me enseñaron bien delimitados dentro de una pirámide, aunque esta pertenciera a la Edad Media. Los reyes, fuerne de donde fueren, la iglesia, en su máxima expresión, y el pueblo, donde se hallan homogeneízados burgueses, clases medianas y quizás algún pordiosero. Todos los sectores tenían un lugar, una labor y unas limitaciones concretas. Evadir dichos condicionantes supondría romper el juego y, consecuentmente, abandonarlo. Y es que el velatorio del Papa fue un escenario idóneo para contemplar el pacto que los onerosos han sellado para que se sigan viendo las línias que separan las clases de las clases, para que el pueblo siga haciendo cola y los poderosos sigan teniendo preferencia.
También me pregunté -fue inevitable- qué hacían los representantes de mi país en el entierro del líder de los cristianos si mi país es confesional. Con independencia de mi voto o de mi prefrencia política, Zapatero me representa a mí, y en modo alguno también Rajoy y los reyes. Su labor es trabajor por y para la sociedad, pero de nuevo parece que esto quede relegado a un segundo plano, a la patética servidumbre que el poder concede a la pantomima. En esta democracia nuestra todo es parentar, y las imágenes valen mas que los hechos. Y es que para muchos españoles, lo que ayer vimos fue un acto de normalidad y de representación política necesaria, e incluso cargó a nuestros governantes de eficiencia y notoriedad. Nunca entenderé qué igualdad defiende la democracia española, si se asiste al funeral de Juan Pablo II con un elitismo aceptado y en cambio se gira la espalda a muchos españoles anónimos, sin nombre, que nuren víctimas de un sistema imperfecto aunque perfectible. La hipocresia se apodera una vez más de los tronos de oro y es el momeno de preguntarse si no es más necesario desempeñar actuaciones reales que aparentar contínuamente acciones innecesarias. De la iglesia mejor hablo en otro momento, esta vez ha sido el pacto de los onerosos quien ha vuelto a girar los ojos hacia el vacío.
0 comentarios