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Arde parís

Una nueva rêstistance abre una crisis social en el corazón de la democracia occidental

Los oprimidos han decidido levantarse y, en los momentos que vivmos, es todo un lujo. Des de hace muchas noches, la capital de la democracia europea y la bandera de la legalidad occidental en toda su amplitud, vive en llamas porque los sectores más desfavorecidos de la capital (y del país en general) han dicho basta. Se han levantado contra la injustícia social en unos tiempos en los que el poder ha conseguido silenciar a las masas a pesar de sobrevivir a costa de ellas. Los sociológos, historiadores e intelectuales varios se frotan las manos porque los hechos son, verdaderamente, importantes en su contexto e interesantes en el análisis. Los utópcios ven en el levantamiento un feedback de aquel Mayo del 68 en que, tambien en unos tiempos difíciles, una sociedad oprimida decidió luchar contra el poder. Los magnates, los dictadores de esta democracia enmascarada y las elites politicoeconómicas que sustentan y el poder y anidan en él ven el problema con preocupación; no es para menos: se ha desatado una revolución social en el corazón de la democracia europea.

Luchar contra la injuticia parecía algo arcaico, aunque considerar la lucha algo arcaico pueda parecer triste. Se lucha aún pero des de la bipolaridad. Es decir, los dos mundos que el capitalismo ha fraccionado desde la caída del muro de Berlín y que hemos heredado de la contienda entre comunismo y capitalismo, ha originado una lista interminable de conflictos que se han desarrollado mediante la violencia. El mundo subdesarrollado no ha olvidado qué es luchar porque sin la lucha, sus pubelos conocerían con más dramatismo aún la opresión y la injusticia. Por eso desde el mundo oriental y des del sur, los países subdesarrollados llevan años combatiendo el mundo occidental y su afán cada vez mayor de conquista económica y cultural. Pero uno de los problemas que impide muchas veces alcanzar el éxito en estas luchas a los pueblos que resisten es que no se ha dado en el seno de la sociedad capitalista, oséase del mundo desarrollado, un levantamiento contra el propio sistema. Solo y esporádicamente los teóricos han librado dialécticamente contra el poder criticando las estructuras políticas existentes. Pero siempre desde la palabra.

El ministro del interior francés, Sarkozy, es hoy el Luis XVI de 1789.Los pobres piden su cabeza, y los adinerados, la élites que encubren el despotismo político, tienen miedo y sacan la polícia a las calles. De nuevo, el poder usa la violencia contra los que nada pueden más que gritar. La democracia se empobrece cuando la coerción es el único medio que nuestros dirigentes tienen para argumentar la desigualdad que construyen cada día con sus mezquinas políticas. El capitalismo, que se había jactado de establecer un nuevo mundo de orden y paz, no puede ni siquiera controlar a sus masas des del respeto y el civismo que se le presupone al método democrático. Como en 1968 solo los golpes y las pistolas pretenden hacer frente al levantamiento y en en ningún momento, las soluciones y la honestidad han pretendido hacer frente a una demnada popular muy antigua: el fin de las desigualdades sociales. La ciudadanía que inventaban los sociólogos alemanes y franceses en el siglo XIX, le peuple al que estos mismos daban la soberanía del estado, denuncian con fuego que el poder les ha robado a traición esta soberanía.

Des de los medios de comunicación se ha intentado dar al conflicto un carácter eligioso que en verdad existe, pero que de ninguna manera puede entenderse como razón primera. El pueblo francés que ha decidido levantarse contra el gobierno no lo hace desde su condición de immigrantes, ni en nombre del Islam, sino des de la indignación y la conciencia de clase. Hay quien intenta evitar hablar de lucha de clases, pero es inevitable entender los sucesos de Francia como una nueva lucha de clases. Marx explicó que la Historia era inextricablemente una sucesión de lucha de clases, porque la lógica del sistema de mercado conduce al explotado a levantarse. Quizás este nuevo brote no sirva para reconstuir la democracia o derribarla, pero ha conseguido cuestionar sus estructuras. Los Robespierre del siglo XXI queman coches -símbolo del desarrollo occidental- para pedir lo que hace más de dos siglos pedía la periferia parisina: libertad, igualtad, fraternidad. Las fuerzas del orden conseguirán con la represión y por orden expresa de los que mandan callar las voces de la resistencia; pero en un mundo donde aún no se han podido controlar las conciencias libres cada vez se abren más ojos a una realidad tan lúcida como el fuego que arde en París.

 

 

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