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cumplido

Hígado y testosterona

Los historiadores hablan de generaciones vacías para denominar aquellas que sufrieron un descenso demográfico acusado debido a su coincidencia con contiendas bélicas. El término, acertado, debería expandirse además para ajustarse a nuevas realidades, que huyen de problemas con las guerras, en un primer mundo donde la generalización de un ocio de pago ha convertido a la juventud del momento en una masa indivisible que funciona a base de hígado y testosterona. No generalizaré, evidentemente, pues toda regla tiene su excepción, afortunadamente en este caso. Pero la regla, aquí, supera la excepción, muy a pesar de nuestro futuro. De modo que basta con salir una noche a cualquiera de los santuarios de estos jóvenes sistematizados en hábitos concretos y modelizados por un régimen socioeconómico inteligente y nefasto a la vez para contemplar el precio de su mecánico trabajo, el exacto resultado de su intento para convertir las nuevas generaciones en jóvenes inocuos y sin más arma que la gomina, la música chumba-chumba y el ligoteo inercial.

 

Me corroer salir de noche y ver, discoteca a discoteca, la misma gente, los mismos gestos y los mismos ritos. Es triste asimilar que la generación que ha nacido heredando la lucha y el sacrifico se abandone a la marginalidad de la fiesta sin condición, del vivir sin saber ni pensar. Los clásicos siempre son un buen pilón en el que apoyarse, pero el ‘carpe diem’ de los sabios griegos ha hecho estragos en esta sociedad de cartón agujereado. Simplificación de este lema es lo que nos deja la juventud de nuestro nuevo siglo, nada mes que un presente edificado de alcohol y cuerpos de ensueño, nada más que el vivir sin amar lo pasado y luchar por un futuro. Más allá, pero, de profundidades en el comportamiento cotidiano de esta sociedad, es preocupante esta nueva forma de pasárselo bien. Un ocio de pago que convierte nuestros jóvenes en títeres de madera con cabeza de serrín. Estoy harto de ver a chicos de pecho afeitado y gafas de Doce Gabbana que esgrimen un cubata, un cigarro y su perfume para enamorar mujeres de magna simpleza a la búsqueda de un cuerpo con el que aparejarse. Sexo a parte.

 

Nada separa la generación de 1945, por ejemplo, con la de ahora. Demográficamente hay un abismo de por medio, salvable claro está, si tenemos en cuenta que un solo joven de aquella época valía cien chicos de ahora. Lástima que el bolígrafo se haya sustituido por el mechero, y la poesía por las letras simplonas de canciones sin alma. Sin el alma que a estos jóvenes les ha robado un tiempo y un sistema, una sociedad y una publicidad. No es culpa suya, pero ellos son los últimos escollos de la misérrima realidad en la que se han convertido. Caigo quizás en el peligro de ser llamado retrógrada, sí. Pero prefiero al chico enamorando a una chica en los años veinte, en el que un amor costaba la conquista de diez años, y duraba cien más, que la caza de hoy en día, donde cuesta un minuto besar unos labios y una noche más en olvidarlos. Sea como sea, estas son palabras para matar cierta rabia, pero no tienen el más ligero poder para cambiar las cosas. Así es que las discotecas de nuestros pueblos y ciudades seguirá llenándose, noche a noche, de chicos a los que les llena el tiempo y la vida poca cosa más que el sexo y los cubatas. Generaciones vacías que han conocido el placer sin saber qué es el deber, o el querer, y que construyen su vida a golpe de hígado y testosterona. 

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